El nombre propio: su importancia en las relaciones interpersonales

Cuando nuestros hijos eran pequeños, mi esposa y yo les inculcamos la costumbre de llamar a las personas por su nombre propio, particularmente a aquellas quienes nos prestaban algún servicio. Así, el camarero del restaurante chino al que íbamos con frecuencia no era para nosotros el “mozo” o siquiera el “señor” y mucho menos reclamábamos su atención tronando los dedos o batiendo palmas, y jamás con un silbido. Para nosotros, desde el primer momento en que nos atendieron, eran “Pablo” y “Víctor”. Procedíamos de igual manera, con el vendedor de diarios y revistas, con la dependienta de la panadería, con la cajera del supermercado y, en general, con todas las personas con quienes nos interesaba mantener buenas relaciones interpersonales. No pasó mucho tiempo hasta que nuestros hijos descubrieron el efecto encantador de pronunciar el nombre propio de las personas.

¿Por qué pasa esto?… ¿Qué efecto provoca llamar a las personas por su nombre propio?

Llamar a las personas por su nombre de pila provoca una reacción positiva porque para cada uno de nosotros el nombre que llevamos es el más bello e importante entre todos los demás. Sucede esto no por el nombre mismo sino porque el escuchar que otra persona nos llama por nuestro nombre propio conlleva una alta carga de emotividad pues supone que para la otra persona somos importantes.

Esto es fácilmente verificable si pensamos, por ejemplo, en nuestra reacción al escuchar que un antiguo maestro nos llama por nuestro nombre al primer reencuentro. Nos sentimos bien porque comprobamos con ello que hemos sido importantes para el otro, ya que puede recordar con facilidad nuestro nombre. O preguntémonos, ¿qué comunicación escrita solemos leer con mayor esmero y emoción, aquella circular de difusión masiva (o sea, anónima) o la que viene en un sobre con nuestro nombre propio escrito y que es repetido aun en varios párrafos?

El ser recordado por su nombre propio (i.e. ser reconocidos) es algo que las personas agradecen con calidez y es un magnífico primer paso para cultivar y mantener excelentes relaciones interpersonales. Amor con amor se paga, ¿verdad?

¿Y en nuestras empresas también funciona esto? … ¿Y es importante para quienes queremos ser líderes, cultivar buenas relaciones interpersonales con nuestros colaboradores? … Absolutamente, ¡sí!… Es llamativo, sin embargo, constatar la facilidad con la que restamos importancia al hecho de llamar por el nombre propio a las personas. En mi práctica profesional me he encontrado con algunos Jefes que arguyen como razón principal de su dificultad para recordar nombres su habitual mala memoria. A ellos, suelo ofrecer la técnica siguiente:

  • Eche mano de una analogía. Cuando quiera recordar un nombre, establezca una relación de semejanza entre éste y una circunstancia particular (asócielo al parecido con su padre o con un amigo íntimo que lleva el mismo nombre, o con algún rasgo físico característico).
  • Pronúncielo varias veces inmediatamente después de haber conocido a la persona que lo lleva.
  • Anótelo en su agenda o en su libreta de notas personal, y cada cierto tiempo repase los nombres de las personas que ha conocido, repitiéndose a sí mismo lo importante que es recordar nombres.
  • Imagine un evento en el futuro en que usted necesitará alternar con esa persona. Futurizando la relación usted logrará mantener en su memoria cualquier nombre.

Recuerde: el sonido más hermoso e importante para una persona es el de su nombre propio.

Si alberga alguna duda al respecto, le propongo un método de comprobación: la próxima vez que vaya a entrevistarse con su mejor cliente o con su colaborador más cercano, pídale que le repita su nombre ya que lo ha olvidado… ¿Se animaría a contarme el resultado de esta actitud?

0 comentarios