‘Antagonía’ de Luis Goytisolo y la anti-postliteratura (y II)

Luis Goytisolo (Barcelona, 1935) se dio a conocer precozmente al recibir en 1956 el premio Sésamo y en 1958 el Biblioteca Breve con Las afueras, Bajo el influjo de la ” lost generation”, el neorrealismo italiano, El Jarama y los demás novelistas españoles del medio siglo que le habían precedido, tanto Las afueras como su segunda novela Las mismas palabras (1962) participan de la poética del realismo social del momento, caracterizada por la objetividad, el predominio del diálogo y el protagonismo colectivo. El propio autor reconoce en ambas obras “algún que otro pellizco de literatura comprometida, una especie de peaje que debía pagar todo escritor antifranquista”, perceptible en las constantes temáticas de la solidaridad con el proletariado y la crítica antiburguesa. Precisamente cuando ya estaba escribiendo Las mismas palabras, durante un periodo de encarcelamiento en Carabanchel a causa de su actividad política el novelista reconsidera sus postulados estéticos y elabora el programa de lo que será su obra más importante, emblema cabal del proceso literario experimentado por la narrativa española en los años sesenta tras la publicación de Tiempo de silencio de Luis Martín Santos. Se trata precisamente de la saga titulada Antagonía, que ocupa a su autor entre 1963 y 1981 y ahora aparece por primera vez en un solo volumen.

Su primera parte, Recuento, publicada en Méjico en 1973, posee un cierto carácter de autobiografía generacional, pues relata el arduo proceso formativo de un novelista, Raúl Ferrer Gaminde, quien tras sucesivas desilusiones que le llevan a abjurar de los valores religiosos y sociales que le fueron inculcados, a salir del Partido Comunista al que se había incorporado en la universidad e incluso a cambiar de pareja, se encuentra al fin dueño de su primera persona narrativa, de su propio punto de vista literario y crítico al margen de las ideologías que pretenden explicarlo todo. Esta primera novela de Antagonía ha sido definida por su autor —cuya capacidad de autoconsciencia literaria es muy alta— así: “es el zócalo, es el soporte, es la referencia real del resto de la obra. Recuento se refiere a la realidad y los otros tres libros se refieren a Recuento”.

El segundo título de la tetralogía, Los verdes de mayo hasta el mar (1976) consiste, por su parte, en la historia de la creación de una novela, la novela con la que Raúl, en su pueblo de retiro y en compañía de Nuria, ejerce su prerrogativa ganada en Recuento. O dicho en otras palabras, extraídas de la propia novela, es fruto de la “recopilación de las notas tomadas por el protagonista durante su estancia en Rosas respecto a una obra en curso, entremezcladas a otras anotaciones, recuerdos, reflexiones, comentarios referentes a su vida cotidiana, etcétera; un relato que, al tiempo que refiere la anécdota cotidiana del protagonista y su mujer o amante en Rosas, incluye, junto a las anotaciones relativas a la anécdota de esa estancia en Rosas, recreación de la realidad con todas las deformaciones y transposiciones que le son propias y que, a la vez que proyección del protagonista sobre la realidad, sobre una realidad a la que éste atribuye todas sus obsesiones personales, suponen asimismo una incidencia de la obra en el autor, tanto en lo que sobre sí mismo le revelan cuanto por lo que le velan”.

Este texto complejo, de estructura barroca comparada con la de las Meninas en una de sus páginas, comprende una auténtica teoría de la literatura y, sobre todo, una nueva interpretación enfáticamente antiformalista de las relaciones entre el autor y la obra. Efectivamente, Los verdes de mayo hasta el mar, así como La cólera de Aquiles (1979) y Teoría del conocimiento (1981) son otros tantos ejemplos de metanovela. Textos, por lo tanto, irónicos y ambiguos, “palimpsestuosos” en el sentido que a este término le da Gérard Genette, pues al tiempo que narran episodios en la órbita de Raúl incorporan una teoría de la novela a sus respectivos discursos según un plan rigurosamente trazado.

Si la novela de 1976 era la historia de la creación de una novela con la que Raúl, ejerce su condición de escritor alcanzada en Recuento, en La cólera de Aquiles, por su parte, se analiza fundamentalmente “el papel del destinatario de la obra de ficción”, concebido en términos muy similares a los de la teoría del “lector implícito”, que Umberto Eco por aquellos mismos años prefería denominar “lector modelo”. Singulariza además a esta obra una estructura de lo que en heráldica se denomina “ mise en abyme”, algo semejante al juego ruso de las “ matriochskas”, pues la narradora es aquí una novelista, Matilde Moret, prima de Raúl, otro escritor.

En su casa veraniega de Cadaqués, mientras hace frente al problema que le plantea su amante Camila, pretendida por un galán, Matilde lee atentamente una novela por ella publicada bajo el pseudónimo de Claudio Mendoza, El Edicto de Milán, que de hecho ha salido con una tirada muy reducida, cien ejemplares. Esta obra de Claudio Mendoza ocupa cien páginas dentro de la novela de Luis Goytisolo narrada por la escritora Matilde Moret, en una pirueta especular esencial para comprender este texto, el cual, por otra parte, no oculta sus entresijos.

Esta narradora es un personaje que nos recuerda por varios conductos a la protagonista de El mismo mar de todos los veranos (1978) de Esther Tusquets: una mujer ya madura, perteneciente a la alta burguesía, culta, cínica y diletante, bisexual y defensora de un particularísimo feminismo. Y en una de sus páginas confiesa que la ambigüedad de El Edicto de Milán es “una broma en forma de trampa que tiendo al crítico avezado para que, recogiendo algunos cabos que dejo sueltos con malignidad calculada (…) pueda llegar a la sagaz conclusión de que Claudio Mendoza es una mujer y, por añadidura, lesbiana. De ahí que cualquier hipotético lector de las presentes líneas puede concluir a su vez, no menos sagazmente y en virtud del mismo juego de compensaciones, en que mi nombre, Matilde Moret, encubre un varón; cosa, por otra parte, acaso más cierta de lo que a primera vista pueda suponerse”.

Esta forma de juego es la “duplicación interior” que desde Cervantes a Huxley ha posibilitado el análisis no discursivo sino narrativo de las relaciones entre realidad y literatura, cuestión fundamental que atañe al arte de la palabra. Ese era el eje de Recuento, y en la novela siguiente le sucedía el problema de la conexión escritor-texto. Llega el momento ahora de analizar el papel del lector en la novela, que es el meollo de La cólera de Aquiles. Tanto este título, que se adjudica a un cuadro apócrifo de Poussin, como el de El Edicto de Milán, entre los cuales dudó Matilde Moret a la hora de publicar su libro—nueva manifestación irónica de lo que Gide llamaba “ mise en abyme”— representa, mediante un sinuoso razonamiento la función auténticamente co-creadora del receptor en el mensaje narrativo.

Si Raúl en Los verdes de mayo hasta el mar insiste en que ”todo autor escribe siempre sobre sí mismo (…), está en todos sus personajes sin excepción, en la entera materia narrativa y hasta en la manera en que estructura y organiza esta materia narrativa”, según recuerda Matilde, ésta se inclina a poner énfasis en “un fenómeno a la vez paralelo y contrapuesto al de la escritura: a través de las obras de ficción (…) el lector descubre en el mundo aspectos hasta entonces no imaginados que le ofrecen un conocimiento inmediato así del mundo como de sí mismo”. Existe para ello “un destinatario secreto por parte del autor, respecto al cual, consciente o inconscientemente, tiende a identificarse cada lector”. De este modo, gracias a un juego narrativo llevado además en un estilo suntuoso que deja pálido el más de una vez balbuciente de Los verdes de mayo hasta el mar, esta excelente metanovela viene a corroborar, desde la experiencia del creador, la entidad de lo que el crítico Wolfgang Iser denominaba, en 1974, “lector implícito”, el lector ideal que actualiza las significaciones latentes en el texto y las identifica con su propia experiencia de lo real, uno de los instrumentos de análisis que más ha contribuido a renovar los estudios formales de la novela.

Finalmente, Teoría del conocimiento cumple la decisiva función estructural del cierre, tanto en lo que toca a la historia o anécdota de la serie como al proceso metanarrativo que la sustancia. En 1984 Estela del fuego que se aleja, desligada ya de los personajes y el mundo de Antagonía, puede sin embargo ser considerada como su coda, tanto en lo que se refiere a la estructura metaficcional como a otro aspecto constante en Luis Goytisolo, remontable incluso hasta su primera novela donde varios personajes distintos pero de similar representatividad social llevan el mismo nombre. Se trata del “doppelgänger” —presente ya con pareja intensidad en la obra de Ramón Pérez de Ayala—, personaje doble o que tiene sus dobles, como ocurre entre los denominados con las letras A y B en Estela del fuego que se aleja, cuyo texto termina con esta frase: “Tu vida es una historia escrita por otro y, cuando las palabras se acaban, es el final“.

En mi citado artículo de Página me aventuraba a indicar que existe el riesgo real de que se suplante la literatura por algo que no sea sino un remedo de la misma, pese a contar con el concurso de los que en un día fueron escritores y ya son tan solo operarios de una ingente factoría cultural de la Tecnópolis conjurada por Neil Postman. Y terminaba con una pregunta que me hago continuamente a mí mismo: ¿Estaremos asistiendo al nacimiento de una postliteratura reciamente alentada desde varios frentes, entre ellos la proliferación novelística? Pero la oportuna “primera” edición de Antagonía viene a acreditar la vigencia de una no menos poderosa anti-postliteratura, debida en este caso a una personalidad novelística original y cosmopolita, intelectualmente rica y arquetípica de la llamada postmodernidad: Luis Goytisolo.

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